Capricho
Ya tiene algunos días que escribí lo siguiente, pero apenas hoy me he dado el tiempo para publicarlo.
¿Qué hacer cuando el destino, la vida o Dios te quita la razón por capricho? Y digo capricho porque, pese a que has intentado algo y no te ha salido y sabes que tienes la experiencia suficiente y la razón absoluta porque ochenta, noventa o cien veces has realizado cierta acción y ha salido de un modo constante o idéntico, de repente no sale así. Lo peor del caso es que es sólo esa vez y es esa vez en que, por azares del destino “compite” tu experiencia contra la de otra persona que, si bien es cierto es probable que haya usado el producto de naturaleza caprichosa poco más que tú, no haya tenido nunca el cuidado de atender a su comportamiento, y ante una situación rara simplemente da conjeturas absurdas. Es ahí donde entra el milagro o el capricho. Donde esas conjeturas infundadas basadas en una incertidumbre absoluta rompen el orden natural, el orden establecido. El orden existente para todas las siguientes ocasiones y para todas las ocasiones anteriores. Incluso en la ocasión en que intentas poner fin a esa presión insistente para probar la ridícula idea de tu “rival” y él no pone atención a la acción, sólo por estar empeñado en seguir jeringándote para que pruebes su conjetura.
Probé una, dos y tres veces esa propuesta. Las tres veces falló y sólo yo lo vi. Ya resuelto el problema, busqué el mismo error de acción del ente haciendo lo que, obedeciendo al capricho, habría sido el provocador del problema. Hice antes cien o más veces lo que “impedía el curso normal de las cosas” (según la persona que impuso su experiencia infundada, vaga, irreal y falsa) y no pasó lo que debía o más bien, pasó lo que debía, lo normal, lo que me da y daba la razón. La única vez en que se presentó fue en el capricho. El capricho que me hizo bajar de mi posición hegemónica y todopoderosa y por una casualidad. Me despojó de toda autoridad en el trato del ente y la cedió a mi rival momentáneo.
¿Qué hacer? Fue como si Dios (y uso Dios porque permite tratarlo como persona) agarrara y dijera “vamos a joderlo, que quede como estúpido pese a que tiene razón” y luego decidiera que el problema no se presentara ante la propuesta de problema del otro, como para herir el orgullo y picar la llaga. Al final es chistoso, pero en un ambiente hostil es más bien incómodo.
¿Qué hacer cuando el destino, la vida o Dios te quita la razón por capricho? Y digo capricho porque, pese a que has intentado algo y no te ha salido y sabes que tienes la experiencia suficiente y la razón absoluta porque ochenta, noventa o cien veces has realizado cierta acción y ha salido de un modo constante o idéntico, de repente no sale así. Lo peor del caso es que es sólo esa vez y es esa vez en que, por azares del destino “compite” tu experiencia contra la de otra persona que, si bien es cierto es probable que haya usado el producto de naturaleza caprichosa poco más que tú, no haya tenido nunca el cuidado de atender a su comportamiento, y ante una situación rara simplemente da conjeturas absurdas. Es ahí donde entra el milagro o el capricho. Donde esas conjeturas infundadas basadas en una incertidumbre absoluta rompen el orden natural, el orden establecido. El orden existente para todas las siguientes ocasiones y para todas las ocasiones anteriores. Incluso en la ocasión en que intentas poner fin a esa presión insistente para probar la ridícula idea de tu “rival” y él no pone atención a la acción, sólo por estar empeñado en seguir jeringándote para que pruebes su conjetura.
Probé una, dos y tres veces esa propuesta. Las tres veces falló y sólo yo lo vi. Ya resuelto el problema, busqué el mismo error de acción del ente haciendo lo que, obedeciendo al capricho, habría sido el provocador del problema. Hice antes cien o más veces lo que “impedía el curso normal de las cosas” (según la persona que impuso su experiencia infundada, vaga, irreal y falsa) y no pasó lo que debía o más bien, pasó lo que debía, lo normal, lo que me da y daba la razón. La única vez en que se presentó fue en el capricho. El capricho que me hizo bajar de mi posición hegemónica y todopoderosa y por una casualidad. Me despojó de toda autoridad en el trato del ente y la cedió a mi rival momentáneo.
¿Qué hacer? Fue como si Dios (y uso Dios porque permite tratarlo como persona) agarrara y dijera “vamos a joderlo, que quede como estúpido pese a que tiene razón” y luego decidiera que el problema no se presentara ante la propuesta de problema del otro, como para herir el orgullo y picar la llaga. Al final es chistoso, pero en un ambiente hostil es más bien incómodo.