Mi vida errante

cha cháaaan

jueves, abril 08, 2010

Pitufina

La última vez que vi a Pitufina, me enamoré de ella.

Todo pasó un sábado, creo que era 27 de febrero, día de la expulsión de los franceses de Tabasco. Desperté sonriendo, porque medio recordaba que había tenido un sueño placentero. Sin embargo, a pesar de mi sonrisa, sentía un hoyo en el pecho, como si algo me faltara. Me levanté, me medio lavé los dientes para ir al seven eleven a comprar unas chokis para desayunar y, cuando iba a ponerme la playera, noté algo raro en mi pecho, justo a mi derecha de mi pezón izquierdo. Ahí se veía la piel como amaderada, un efecto raro. Parpadeé y seguía ahí. Con el índice derecho rasqué mi cuello, cerca de la oreja, y luego lo llevé al punto donde "tenía madera". No, no era madera, se sentía como piel normal, sin embargo, en alguno de los movimientos que hice noté que la luz cambió. "No puede ser". Giré y sí, efectivamente, era como si allí hubiera una especie de pedazo de mi cuerpo por donde la luz atravesaba al otro lado. Es difícil de explicar. No veía mis vísceras, veía el otro lado: el piso, el clóset, mis zapatos. Fui al espejo y, efectivamente, en el reflejo veía el marco de la puerta que da a la recámara y la horrible pared color guinda.

Aún sorprendido, me puse la playera, un pantalón y mis tenis negros con vivos amarillos. Al final fui a la tienda (Kava) porque recordé que en el seven las galletas son más caras. En el breve camino entre el seven y la casa, sólo dejé de tocarme la región de la playera que caía sobre el fenómeno cuando metí la mano derecha a mi bolsillo para sacar dinero. Regresé, comí mis galletas y me acosté en la cama. No me dolía nada, pero me sentía desvelado. Me puse a pensar en qué había hecho la noche anterior y recordaba que había llegado del trabajo y había salido. Recordaba el café iguana y ¡recordé haber visto el reloj a las 3 de la mañana, subido en el taxi! "Qué raro, no recuerdo el lapso entre la 1 y las 3:30". Más raro era porque no había tomado más que un trago de una cerveza ante la insistencia necia de uno de mis cuates. Por otro lado, y sin saber por qué, empecé a recordar mi sueño.

En algún lugar oscuro, probablemente ya no el café iguana sino el Mc, alrededor de la 130, vi a una chica azul, pequeña, de cabello negro. Llevaba zapatillas doradas. Por curiosidad, le pregunté su nombre y me dijo que le dijera Pitufina, Smurfette, Puffette, como le quieran llamar. Se me hizo chistoso que insistiera en la patraña de que ella era azul y una pitufa y no le creí sino hasta que me hizo notar que abajo de sus uñas su piel también era azul. Sorprendido y fascinado, seguí platicando con ella. Insistió en que hiciera el intento de bailar, y como me pareció divertida y me gustó mucho, lo hice. "Pero has de tener unos cincuenta años" "ay, noo, no digas eso, en realidad somos varias y ese es como un apodo común, como su 'chamaco', pero llámame así, está chistoso" No recuerdo mucho de la plática, más allá de que "Te voy a decir una cosita, no somos tan pequeños, pero es un poco, creo, como un estereotipo, porque sí somos chaparros" Estuvimos en el bar hablando naderías, las suyas eran divertidísimas o las hacía sonar así, entre yesbienchidoporques y tevoyadecirunacositas. Tenía también un lado dulce y humano, que, incluso con su insistencia en su maldad no podía ocultar. La noche, como dije, siguió bien.

"Bueno, ya me tengo que ir. Mañana no te vas a acordar de nada." "¡Y ahora?, ¿por qué?" "Porque no. Lo vas a ver como un sueño y listo. Necesitarías algo que te lo recordara." Me explicó que para poder recordarlo había que seguir "un procesito", extraño y ajeno a mi realidad cotidiana, pero me pareció que lo valía, consistía en que ella me tocaría con un dedo y desplegaría una especie de magia magia. Sí, justo donde tenía el ¿hoyo? en la mañana.

Según recuerdo (y según me explicó), así fue como le regalé un pedacito de mi corazón, literalmente. No sé de qué tamaño. Confío en que no haya abusado. Da igual como quiera. También me dijo que la ¿herida? se cerraría en cuanto lo recordara como una realidad. Así pues, tras esa memoria, me levanté la playera y el agujero ya no estaba.

Sólo me queda el recuerdo, porque es improbable que la vuelva a ver.

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