Mi vida errante

cha cháaaan

lunes, abril 05, 2010

Blackjack

"En caso de empate, la casa gana"

No sé yo si esta regla esté cayendo en desuso. No hace mucho la vi escrita en una página que hoy he buscado sin éxito.

En alguno de tantos días que he pasado ratos solo caminando, decidí entrar a un localito feo que decía "Casino!" con letras de metal con tubos de neón color azul pastel dentro de cada una. La "a" y la "s" no funcionaban y el signo de admiración parpadeaba. No sé si realmente era la intención que el signo parpadeara o si era que no funcionaba del todo. Tras pensarlo un poco, decidí entrar.

El interior era como entrar a un sueño raro o a una mala película de ficheras: los muros eran negros y había neones a todo lo largo de los muros, ya fuera con forma de ruletas, cartas o dados. El lugar era amplio, pero a pesar del espacio, no había muchas opciones de juego: una mesa de dados, una de ruleta y creo que cuatro o cinco para el Blackjack. Alrededor de las mesas de juego se agolpaban varios mirones y, como sería de esperarse, en las de veintiuno jugaban, por mesa, hasta más o menos doce personas. Al fondo había un espacio para bailar las numerosas cumbias que sonaban y un montón de sillas alrededor de la pista, de aquellas de cuero sintético con aluminio que los renteros de sillas cubren con tela de mantel para que no se vean muy feas.

Así, pues, al son de "Bandolero" fui a aperrar lugar en una mesa de blackjack, donde justo iba saliendo un señor de unos cincuenta años cuyo gesto adusto, que bien podía ser sólo de discreción, me invitó a pensar que no le había ido muy bien.

Entre empujones me senté frente al mesón de plástico con un mantel verde sobre el que el croupier repartía las cartas. Los jugadores se confundían un poco con los mirones más cercanos a la mesa. Las sillas destinadas a la mesa no alcanzaban para todos los jugadores (estaban dispuestas cinco sillas por mesa), pero como quiera no eran del todo necesarias pues incluso algunos de los que ocupaban una silla se levantaban de ella para jugar.

En Blackjack, cada jugador juega contra el croupier y sólo contra el croupier. Ver los juegos de los demás es sólo una curiosidad y, la competencia con ellos es sólo una cuestión de orgullo. En sus juegos vi diecisietes, veintes, veintiunos (no blackjack), quinces, veintidoses, etc. Los vi a ellos contentos cuando ganaban y contentos cuando perdían. El croupier no sólo repartía ases, dieces, ..., con las cartas repartía emociones, esas que sólo el juego da. Generoso, el juego nos repartía oportunidad. A todos aquellos que vi sin blackjacks los vi ganar y los vi reirse del vecino que perdía la mano. El juego, justo, nos abofeteaba de vez en vez con manos perdidas. A veces en una mano perdíamos más de lo que habíamos ganado antes, sin embargo es tal la seducción, que seguíamos enganchados y apostando a ganarle al dealer y disfrutando las victorias y derrotas de los demás jugadores.

Cada vez que me aparecía un as en la primera carta, sentía que el juego mismo me veía con a los ojos, con los suyos negros y grandes y me sonreía, sólo para que a la siguiente carta me tocara un cinco o alguna carta baja. En esas ocasiones no quedaba más que reír de la broma que el juego me aventaba. Jugué incontables manos y gané y perdí varias veces. Probablemente haya salido con poco menos de lo que llegué. Empero, de entre todas las manos que jugué, sólo en cuatro tuve blackjack. A eso había ido yo a la mesa: no es lo mismo ganar con cinco u ocho cartas que suman veinte o veintiuno que con un Veintiuno limpio. Sólo con un blackjack se siente realmente una victoria y yo, aunque perdiera en varias partidas, no había ido ahí a perder.

Esas cuatro ocasiones en que tuve BlackJack, las puedo resumir con la regla de arriba. Esas cuatro derrotas fueron más dolorosas que las demás. El juego te ciega hasta que chocas con el muro de la realidad...en caso de empate, la casa gana.

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